Pablo, 27 años
Desde hacía tiempo veía como cada vez estaba peor conmigo mismo y, por extensión, con la gente que me rodeaba. Trataba de pensar que iba mal en mi vida para sentir la angustia tan grande que soportaba dentro de mí, pero objetivamente yo estaba ‘bien’. Poco a poco, esa bola de malos sentimientos y sensaciones fueron tomando el control de mi mente y cuerpo, privándome de muchas cosas que me gustaban porque me sentía tan mal conmigo mismo que me volví incapaz de disfrutar de las cosas buenas de mi vida, y las cosas no tan buenas suponían un drama emocional. Todas esas sensaciones y pensamientos me hicieron creerme que yo no era normal, que estaba loco, que algo no funcionaba en mi cabeza.
Un día hablé con una amiga, que reconoció inmediatamente en mí, síntomas que ella misma había padecido y me hablo de su experiencia en terapia, y lo mucho que le estaba ayudando hablar con una psicóloga. Yo había ido con anterioridad a una terapia psicológica, pero sentí que el psicólogo y yo no terminábamos de conectar, así que después de dos sesiones desistí de ir. Entre esa experiencia, y las fábulas populares que se cuentan entorno a la psicología y los psicólogos, no estaba muy convencido de que fuera a serme de tanta ayuda como mi amiga me contaba, pero ¿Qué podía perder? Peor que a solas conmigo mismo no podía estar…
Lejos de las estereotipadas terapias del cine y la televisión, con lo que me tope cuando comencé a ir con Marta, la psicóloga, fue con el sentimiento de que por fin alguien me entendía, lo cual me provoco una sensación de indescriptible liberación, aunque eso no más que el principio. A partir de ese momento, comencé un trabajo junto con la Marta, analizando esas sensaciones que me agobiaban y, con un trabajo duro constante, a entenderlas y controlarlas.
Como paciente, la clave más importante a la hora de buscar un profesional de la psicología, es notar que hay compresión y conexión. Sin esa base es muy difícil crear los vínculos de confianza suficientes para profundizar en nosotros mismos y enfrentarnos a nuestros problemas.
Después de más de dos años de terapia, no soy la sombra de la persona que llego a terapia con tanto miedo del mundo como a sí mismo. En estos dos años he aprendido a conocerme, a respetarme, a darme lo que necesito, y también he desaprendido muchas cosas: mecanismos de defensa que aprendemos innatamente que muchas veces suponen un coste demasiado alto de nuestra salud psicológica y emocional. En terapia he aprendido a sentir sanamente.
Pablo, 27 años, estudiante.
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